jueves, 18 de septiembre de 2008

LOS NIÑOS DE BRONCE



Ha cambiado el aire y las ráfagas que hacen bailar la veraniega cortina de cañizo bicolor colgada en la calle-escaparate, son ya promesa en firme de bajonazo térmico y otoño inevitable.
El penúltimo “bou” del año, espera la embolada en los corrales de la Plaza de toros. Será esta noche y será en honor de la Virgen del Llosar, blanca en su cara hermosa de Vilafranquina. Negra, como todas las “encontradas” que esperan a la estrella Spica para anunciar, igual que la cortina danzante al son del viento gélido, que la tierra se prepara para el descanso después del tiempo de los frutos y la sofoquina.
Al portón de la Plaza le ha crecido hace apenas siete días, un vecino de bronce. El “Niño de la Estrella”, Silvino, el torero nacido en la remota aldea de la riada, aquella que segó tantas vidas y se llevó por delante casas y haciendas, a los pies de un templo tan grande que nadie entiende el por qué de su construcción en el embudo del barranco, a kilómetros de ninguna parte, si no es por las leyendas que sobre el lugar corren y enlazan su existencia a la de algunas desgraciadas mujeres que parieron allí los hijos no queridos de nobles y prelados. Para eso, dicen, se construyó el Convento; para esconder vergüenzas entre tocas de monja y peñascales.
Moreno, de grandes ojos oscuros, alto, guapo y “templao”, el “Niño” saluda al graderío, al respetable público de esta localidad, muleta plegada en la izquierda, montera en la derecha. Alzando al cielo ambas; montera y mirada, en una muda petición de suerte.
Si no fuera porque también es de bronce, la falda de “La Niña de las medias” estaría bailando –quizá lo hace de todas formas- como aquella de Marylin, esta tarde de viernes llena de catalanes buscadores de setas y de ráfagas frías del nordeste. Ella, que nunca llevó seda sobre las pantorrillas porque el jornal de tejedora no permitía esos gastos, no teme ahora al invierno. Tiene quien le caliente el corazón y está feliz… Se le nota en la cara y en el moño.
Esta noche, mientras Octubre entra por la portera abierta que le dejó Septiembre, mientras el penúltimo “bou” brama chispas y cohetes desde las astas; que nadie se sorprenda si los pedestales están vacíos al toque mágico de la medianoche. Puede ser el efecto del orujo… O que andan los dos niños arrullándose amores al resguardo de los arcos en el Llosar, sin cuidado ni miedo a la sorpresa, porque la Marededeu se ha llevado a los Santos de “embolá” y solo el viejo pícaro olmo, mira… Y sonríe.